Los
bomberos les echaron agua con jabón.
La
espuma las atontaba, las arracimaba
entre
las piedras del patio, obra además
de
la escoba con que eran barridas
como
volutas de madera que ya no sirven
al
diseño original. Sus zumbidos
quedaron
apagados tras del vidrio,
las
sobrevivientes revoloteaban sin rumbo
alrededor
de su reina.
Momentos
antes, habíamos subido a la azotea
a
mirar cómo el panal refulgía en lo alto de un árbol
de
nombre desconocido, hermoso y letal
entre
la transparencia de las alas.
La
belleza es así:
nos
impele a destruirla.
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