lunes, julio 31

Alguien

corta un pastel y se guarda la fresa
para después o nunca. Alguien cosecha piedras
y arma un rompecabezas bajo el guayabo. Alguien
ordeña diálogos afilados para su novela aplanadora.
Alguien bosteza sobre la página blanca mientras se alisa
el cabello y las sombras chinescas burbujean en el techo
como un corto circuito. Alguien deja caer su casa
sobre el zapato de un despistado —sin pistas, claro está—,
alguien viste de amarillo y corretea polvo en el jardín.
Alguien hace cuentas al aire y se mete las manos
a los bolsillos para buscar un rostro o una cicatriz, alguien
estudia la gramática del verano y bucea entre las nubes
de su cerebro para llegar al fondo de todo esto.


sábado, julio 22

Karaoke

El día carraspea  al son del tango
que guiaré en unas horas de algodón
crudo y amarillento. Verifico la hora,
la rosa que sopla en dirección contraria
a los eventos recientes: el calor de
la música, la puerta pegada por el óxido,
la sábana blanca amortizada y con una carta
fría, los pies descalzados de lluvia.
Me rompí queriendo evitar
el ácido.

martes, julio 18

Hablo con Dios

regularmente, abriendo y cerrando puertas por las
que no sé si entro o salgo, le hablo y a veces solo
responde sílabas insignificantes, trozos de paisaje,
charcos apestosos, aves muertas sin posibilidades.

Notoriamente

He sido creado tan imperfecto
para que nadie piense de mí lo mejor,
que se alegre
de que siempre hay alguien peor.

martes, julio 4

Final fingido


Hace un momento, mientras veía la TV, se desmoronaba el mundo. Ahora el reflejo de mis libros en la ventana se mezcla con la palma seca del patio y los ladrillos color naranja al fondo. De reojo, divisaba el azul intenso y recordaba a mi amigo fulminado. No quiero escribir como un muerto, aunque lo esté. Y no puedo dejar de escribir aunque sea un insecto. El rectángulo de la ventana está enmarcado por la cortina raída, gris y térmica. Balbuceo los golpes que recibí hace dos días contra el piso de cemento resbaladizo, cuando me dirigía a por dinero. Caí de bruces en la avenida más transitada de la ciudad, y no me levanté hasta que decidí abandonar el dolor en los huesos: trozo de carne desarticulado, me arrastré para salir del tráfico inmóvil. Sin embargo no deseo ser realista, ni tampoco dramatizar y mucho menos escenificar mi caída, esta en particular. Se hizo de noche, lo fui observando con el filo del ojo, en tanto otros muertos aparecían en el rectángulo de la pantalla, atrapados en su encuadre.