Con ligas tirando de los hombros
en eso que llaman tensión
(la calle está tensa, tensadas
las ventanas y la lengua),
molido a golpes, a Vitrubio le
parece curioso cómo caen sobre el horizonte
los cables de luz, que bien saben
guardarla adentro, bajo el hule
mientras él respira oscuridad: no
hay quien pague los platos rotos
y las miradas en las casas vecinas
se encienden con el movimiento,
lentes brillantes como la luna,
pero no hay sino un sol enfriado,
los bolsillos auscultados y un
par de figuras de plomo que huyen
en un ruidoso ovni hacia el
oriente,
dejando atrás autos con los
párpados cerrados.